Esta reflexión es bastante frecuente en todos los ámbitos. Sea pues se reciben tratamientos negligentes o bien pues se asiste con incredulidad al espectáculo que dan ciertos medios cuando afirman hablar de cuestiones sicológicas.
Si bien, como señalaré más adelante, la responsabilidad final de que nuestra profesión no esté tan reconocida como la de otros profesionales de la salud es de los propios sicólogos, influye mucho en el discute el planteamiento de base: ¿Para qué vale un sicólogo? ¿Qué espera uno conseguir cuando asiste a consulta?
Son 3 las principales funciones que la gente atribuye a la terapia: para desahogarse, para conocerse más a uno mismo y para recibir consejos. Ninguna de estas tres, por extraño que resulte, debe ser el objetivo de intervención de un buen psicólogo, en tanto que de ser de este modo, no es de extrañar que la gente cuestione nuestro papel en la sociedad.
Un psicólogo es aquel profesional como los de https://medeirosycabello.com/, que nos ayuda a modificar nuestra forma de comportarnos, tanto si queremos mejorar nuestra manera de afrontar las cosas como si buscamos eliminar algún problema. Y lo hace en base a los mecanismos humanos de aprendizaje, del funcionamiento fisiológico del ser humano y de los diferentes estudios contrastados que han observado a la persona y desarrollado técnicas específicas para cada variable a modificar.
Un psicólogo ha estudiado todo eso sin necesidad de tener que haberlo experimentado. Es por tanto un experto acerca de cómo y por qué cambian las personas. Siguiendo las pautas de un psicólogo nos aseguramos la vía más rápida y directa de modificar lo que nos hace sentirnos mal y mejorar enormemente nuestra calidad de vida. Acudir a terapia sirve para cambiar un pequeño hábito o para dar solución a un problema grave que nos ha afectado desde hace tiempo, tanto si lo hemos generado nosotros, como si es algo a lo que tenemos que hacer frente.
¿Por qué no es tan valorada por la sociedad?
¿Por qué la gente piensa que es inútil ir a un psicólogo? Dejando aparte la relativa juventud de la disciplina y la dificultad de imponer un único modelo teórico, somos los psicólogos los que, por nuestra mala praxis, hemos acabado dando una imagen superflua y ridícula de nuestra profesión. Fundamentalmente cada vez que en consulta no hemos aplicado un método riguroso a nuestros pacientes, sino un “todo vale” o un acto de fe.
Pero también a la hora de divulgar qué es la psicología. Es difícil ser preciso en los medios de comunicación cuando se buscan titulares y no explicaciones técnicas, pero es importante distinguir nuestras opiniones personales de lo que como psicólogos podemos abordar o no. Hay límites que no debemos saltarnos y trabajos que, sencillamente, nunca deberíamos aceptar: dar evaluaciones de famosos, usar instrumentos catalogados como estafas, vender libros de consejos y no de técnicas psicológicas, participar en tertulias, televisadas o en la calle, donde no somos capaces de explicar las bases científicas de nuestra opinión… Por cada uso nefasto que se hace de la profesión, ocultamos uno que la ciencia ha desarrollado durante décadas y podría cambiar la vida de una persona.
Si con nuestra práctica y nuestras declaraciones no somos capaces de dar valor a lo que hacemos, estaremos conduciendo a la gente a pensar que un psicólogo solo es útil a alguien que no tenga amigos ni sentido común.